■ Alba, la chica de la Plataforma Digital de Libros, me ha llamado.
—¿Lachosse, cómo va el resumen del relato? –preguntó interesada.
—Bien, bien, muy avanzado –le mentí.
—¿Pero no tenías ya escritas 100 páginas? –se acordaba ella perfectamente.
—Tengo que ordenarlas antes. Está todo muy liado –dije con poca convicción.
— Quieres quedar para tomar algo y hablamos de tu novela? –se ofreció, con suma bondad.
—Sí, sí, mejor, estoy un poco nervioso –y era cierto, pero no por ordenar la inexistente novela, sino por empezarla.
—¿Te va bien en el Cactus, en el Borne, a las ocho?
—De acuerdo, Alba, hasta ahora, y gracias –dije con toda la alegría posible.
El Borne estaba muy animado, como de costumbre. Aún más en esta época del año. Al colorido habitual del fin de semana, compuesto por los asiduos de la ciudad, se suman los guirigamba propios del verano, con sus bocas abiertas a izquierda y derecha, observando con igual atención el envejecimiento de las casas en declive del barrio barcelonés como a los nativos que, al paso, se aproximan demasiado. Da igual el aspecto del autóctono, las recomendaciones del agente de viajes eran bien precisas: ¡cuidado con todos los españoles!
A decir verdad, el barrio ha adquirido con la enorme afluencia de turistas una vistosidad que nunca tuvo. Los nuevos residentes —argentinos, brasileños, italianos, ingleses—, han transformado el paisaje decadente de calles viejas en un lugar lleno de vida, de aire fresco y ganas nuevas. En locales —tiendas, restaurantes, bares musicales—, se nota la influencia de estas gentes: formas de cocina, combinaciones en las copas y música en directo. Incluso han traído una nueva forma de relacionarse y de ocupar el barrio que ha superado, por fin, las dos únicas alternativas que existían en la zona: el quinqui del extrarradio asiduo al centro y el pijo provinciano despistado caído por allí.
La convivencia a pie de calle de tan distintas procedencias me recuerda a esas fiestas, sin apenas organización, donde el anfitrión ha ido invitando a todos los que estaban disponibles en su pobre agenda social y el resultado es un magnífico caos de gentes, tropiezos, vasos de plástico y música que se para. Una agradable variedad imposible de planificar de otro modo. El contraste ofrece una libertad de aceptación fabulosa para movernos jovialmente en cualquier espacio. Ese maravilloso efecto consigue en ocasiones el turismo en mi ciudad.
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