25/10/10

22º - Fundido a negro (III)

■■   La italiana, impresionante morenaza de metro ochenta con una boca imposible de no mirar, escote hasta la mitad de los pechos y la generosidad de inclinarse hacia adelante cada dos por tres para mostrarles el encaje de sus sujetadores negros, ha conseguido provocar al par de primos más allá de lo prudente.

—¿Qué hacen estos dos aquí en el polígono? –pregunta el acompañante al niño malcriado.

El Spielberg oye lo que ha dicho, gira la silla y nos hace el gesto. El Chupao le muestra la palma de la mano en señal de serenidad.

—Esperar a alguien, supongo –le responde el pringao número uno al pringao número dos, sin perder de vista a Tina, y con la baba a punto de mojarle el nudo de la corbata.

Se abre la puerta y entra la Sevi. La chaqueta hasta la rodilla cubre el osado vestido de su interior y pasa perfectamente por una moderna y elegante empleada de rango superior. Que la Sevi en eso de aparentar se queda sola. La seguridad que rezuma convence al más pintao de lo que haga falta. Que la calle y la noche enseñan mucho, sobre todo, si una no se deja llevar enteramente por el vicio. La Sevi se ha preocupado de su cuerpo y de ganar dinero. Siempre dice «la noche es la perfecta maestra para engañarlos a todos de día» Cómo lo sabe.

El Cafetito la saluda con acompañamiento de orquesta
—¡Encarna, Encarna! –la bautiza para el momento.

—¡Francesca! qué elegante! –le devuelve la Sevi.
—Hoy voy preparada para lo que sea –le dice Tina a la Sevi, insinuándose aún más al niño de papá.

El pringado número dos ve el cielo abierto ante la posibilidad de ser cuatro –al gay no lo cuenta– en la improvisada fiesta.

—Vamos al lavabo –ambas se cogen del brazo e inician la tradicional pasarela femenina camino del reservado.

Los amigos se miran sorprendidos «aquí hay rollo, tío» se dice el uno al otro. «No sé, no sé ¿y el negrito maricón? ¿qué hacemos con él?» Se reían del Cafetito, disponiendo de él a su antojo.

—¿Lo echamos o qué? –chuleaba uno mirando al morenito con la euforia de sentirse superior por creer estar ligándose a una pibaza.
—¡Bujarrón! ¡Ábrete, anda! –le gritaban al Cafetito.

El Cafetito los oía y no paraba de mirarles, sonriente, se fingía atraído por ellos, feliz en la situación y moviéndose al ritmo de la musiquilla que se escuchaba, muy levemente, pero suficiente para coger el ritmo que le ayudaba con su papel.

En ese instante el colega del Spielberg se levanta de la mesa para ir al baño. Al pasar ante los amigos, éstos, subidos de tono por el entusiasmo de la espera a las chicas, le jalean:

—Ehhh! ¿este dónde va? ehhhh! –dice uno.
—Cuidado con mis chatis, eh? –dice el otro.

Vuelve el ayudante y toma asiento. Un nuevo gesto del Spielberg nos confirma que las chicas ya tienen las llaves de la furgoneta.

Vienen ellas tocándose las narices y con semblante un poco más serio. Tragaron saliva repetidas veces y los trajeados hicieron algún comentario al respecto. La Sevi le pide tabaco al pringao número dos y a éste le falta tiempo para tirar la cajetilla al suelo. Ya han hecho las parejas. Quedan dispuestos junto a la barra, la italiana y el niñato, y más alejados de la barra, en el estrecho pasillo que hay entre la barra y las mesas, la pareja formada por la Sevi y el compi del niñato.

—¿Cómo os llamáis?
—Yo, Francesca –dice abalanzándose sobre él, lo toma por la cintura y le besa las mejillas muy cerca de la boca. Vuelve a esnifar por la nariz haciéndole ver claramente el motivo de tanta inspiración. Tarda más de lo normal en soltarle sus caderas, maniobra que el gilipollas agradece eternamente.

—Un momento, voy a hacer una llamada –dice el niñato sacando el móvil del bolsillo y dirigiéndose a la salida.

Le digo al Chupao.
—¿Dónde va?
—A pillar coca.
—¡Hostia puta! –digo– ahora hay que esperar a que pille coca, joder.
—Ya lo sabíamos, Luchi. Estate tranquilo o te coges un taxi y te vas de aquí –me dijo amenazante.
—Vale.

Entra después de la llamada y siguen su charla. Acaban de hacer las presentaciones, Cafetito incluido, seguidas de las ¿qué hacéis aquí? pues he venido a una empresa y esta es mi amiga Encarna y mi amigo Daniel, que me han venido a esperar para irnos a una fiesta. Pero empieza a las diez y ahora son las… ¡las siete y media! qué temprano. ¿Y dónde es la fiesta? pues en Cornellá, en casa de unos amigos. ¿Y tú a qué te dedicas? Yo soy empresario ¿empresario? ¡anda! qué bien. Y este es mi amigo Félix, va conmigo a todos lados.

—¿A todos, todos? –pregunta el Cafetito arqueando las cejas.
—Eh, tranquilo que nosotros no somos maricones –dice el tonto del haba para informar a las chicas que no hay problema, que él sirve para eso de follar con mujeres. Le llaman por el teléfono: —bien, salgo, estoy en el bar –dice. Han tardado poco en venir, eso quiere decir que compra la coca en la zona franca y que lo conocen bien porque se la traen en moto. Sale y entra el instante. Sin disimular lo más mínimo guiña el ojo al colega y ambos se van apresurados a los lavabos. Muy caballeros.

Las chicas nos miran. El Chupao les dice «bien» y mueve la mano imitando el movimiento al encender un coche y, seguidamente, señala al morenito. Ok, las llaves de la furgo pasan de la Sevi al Cafetito.

Los pavos vuelven excitadísimos, me imagino el clenchote que se habrán metido ante las expectativas femeninas. Al llegar a la barra preguntan:

—¿Queréis una rayita? ¿pequeñita? –pequeñita es lo que suelen decir los hombres cuando pretenden llevarse a una mujer a los lavabos, no sea que las asusten si dicen «un rayote».
—Pero ¿no vamos a entrar en los lavabos todos? –dice la Sevi– nosotras hemos entrado ya. Y vosotros ahora.
—¿Por qué no vais a la furgoneta? –propone el Cafetito– Pero solo cinco minutos, eh?

A los pavos se les ponen los ojos como sandías.

—¿Y vamos a salir todos y luego volvemos a entrar? Menudo cante –dice la Sevi.
—¿Pagamos esto antes? –suelta la italiana.
—Ya pago yo –dice el acompañante.

El Cafetito entrega las llaves a la Sevi —cuidado con lo que hacéis— dice a los chicos, animándolos aún más.



La italiana propone ir a la parte de atrás ¿Atrás? –pregunta la Sevi, haciéndose la estrecha.
—Chica, que no pasa nada –la tranquilizan los encorbatados.

Pasan a la parte trasera. La Sevi enciende una tenue lucecita que hay en una de las esquinas del habitáculo —qué calor— dice, se quita con lentitud la chaqueta y descubre el vestido que había escondido hasta entonces. Se deja contemplar por el par de abobados que no pueden evitar los magníficos pechos, las contorneadas piernas y la figura perfecta. La italiana se acuclilla para desplegar una mesita instalada en la pared y, aprovechando la postura tomada, abre las piernas mostrándole las bragas al empresario. —¿Te la haces aquí? Él obedece llevado por la morbosa situación de encontrarse en un espacio de nueve metros cuadrados con dos mujeres de bandera y farlopa. «Esto es el paraíso» se decía a sí mismo.

Él con las rodillas en el suelo, preparando las clenchas y mirando las bragas de «Francesca» que las tenía en la misma línea de tiro. Ni desviar la vista necesitaba para verlas a dos palmos de su lengua. La italiana lo tenía tomado del brazo, ayudándose para sostener el equilibrio pues estaba en cuclillas. El balanceo al que le obligaba la posición era aprovechado por la morenaza para abrirse de piernas a placer. Le tiraba del brazo más para que éste viera lo que le enseñaba, que para aguantar el equilibrio. Tanto se apoyaba que él no podía picar el polvo en condiciones y salieron cuatro rayas que eran más cuatro montoncitos de roquitas que otra cosa. Le ofreció el rulo a ella y no tardó en meterse la más grande, que era también la que se encontraba más lejos de ella. Luego él. Se levantaron ambos del brazo.

—Venga, vosotros.
—Tú, tú primero –le dijo la Sevi al segundo de a bordo. Le dijo «tú primero» para quedarse ella la última y, así, dar el pistoletazo de salida al numerito que vendría a continuación. Al arrodillarse ante la mesita, el cortísimo vestido dejó ver el principio de las medias con ligueros, de un color granate oscuro. Lo siguiente que vieron fue la escena que confirmó a los encorbatados amigos el motivo por el que les hicieron subir al automóvil. Fue en ese momento cuando lo tuvieron claro. La Sevi separó la pierna derecha de su otra pierna, se arremangó aún más el vestido y mostró en pompa el culo y los labios posteriores de su vagina. Carente de bragas, se movía acariciando la nalga con una mano, mientras la otra sostenía el rulo por el que es esnifó lo que quedaba. Al finalizar, siguió en la misma posición, mirando estimuladísima al congraciado acompañante y separando los labios totalmente.

—¿Me vas a comer el culito? –le dice.
—Sí, sí, claro.

El amigo del empresario le metía la lengua por atrás todo lo dentro que podía, y la Sevi miraba al empresario que, de pie junto a la Italiana, no dejaba de mirar el cunnilingus que su colega le practicaba. La italiana se bajó las bragas hasta las rodillas y la Sevi le decía: —cómele, cómele el coño—. Muy obediente se arrodilló para iniciar la mamada, ella separó sus piernas al máximo y abrió los labios de la vagina ayudándose por ambas manos, dejando el coño totalmente abierto.

—Chupa, chupa –le decía jadeante–. Abría aún más los enrojecidos y excitados labios tirando de la cabeza del amigo hacia su interior, apretándolo contra su coño.
—¡Mete la cara, mete toda la cara! –y él introdujo la boca, la nariz, la barbilla y hasta los ojos, casi.


—Sácate la polla –le dice la Sevi al suyo.
—Tú, también –le dice la Tina al otro–

La Sevi se levanta y mueve a su partenaire situándole al lado de su amigo, y ambas empiezan a lamer los rabos que habían quedado al descubierto. Los tíos, trempados a tope, miraban a las dos viciosas una junto a la otra, y a su vez, éstas miraban a los ojos contrarios a la polla que lamían.

—Chupad ¡Putas! –decía uno.
—Seguid chupando ¡Guarras! –decía el otro.

La italina se detuvo.
—Hazte unas rayas, venga. –le ordenó al empresario que aunque desconcertado por el cese de la fantástica mamada que le hacía, obedeció de inmediato animado por la creencia que un poco más de coca subiría la temperatura de la acogedora furgoneta. Y así fue.

El empresario se trabajaba de nuevo la farla. La italiana acabó de quitarle los pantalones y calzoncillos, poniéndolo a cuatro patas y manoseándole el culo.

—Ya veo a dónde vas, guarrilla.
—¿Te gusta que te hagan el culo? –le preguntó introduciéndole el dedo medio por el ano, moviéndolo con delicadeza. Al principio solo lo contorneaba alrededor del agujero, luego, poco a poco, lo iba metiendo más y más. El empresario se premió con un cuarto de gramo para él sólo, de un tirón. La italiana esnifó de nuevo y vio las otras dos rayas hechas en la mesita y en su esquina la enorme papela sobrante. Mojó su dedo índice y untó de coca todo lo que la saliva fue capaz de enganchar (que fue mucho). Ambos dejaron sitio para que la otra pareja dispusiera.

La italiana se aficionó con el agujero del empresario que abierto a cuatro patas, disfrutaba de la lengua que intentaba abrirse paso.  Ella untó el orificio con la coca de su dedo extendiéndola bien por toda su superficie.  —Espera –le dijo. Y sacó del bolso un vibrador de tamaño pequeño. Se lo introdujo por el coño sin dejar de mover su dedo en el ano de él. Luego se lo ofreció para chupar, y él lo chupó. Después se lo metió tímidamente por el agujero a él, y él se dejó. Cada vez lo tenía más adentro. El macho disfrutaba con aquello. El efecto insensibilizador de la coca le facilitaba la introducción del vibrador casi en su totalidad.

—¡Culo! ¡Culo! –le decía ella sacando y metiendo el plástico duro. —¡Polla! ¡Culo! ¡Polla! ¡Culo!
—¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! –gritaba excitadísimo, cogiendo la mano con la que ella sujetaba el vibrador y empujándola más adentro.


La Sevi andaba con el segundo tendido en el suelo (casi detenido) y ella sentada con el coño sobre su cabeza. Prácticamente ahogado lo tenía. Había intentado hacerle el culo, como la italiana, pero este no tragaba por ahí. Así que decidió que, al menos, el maromo le hiciera una buena mamada. Y se aplicaba el hijoputa. Vamos si se aplicaba.

Con unos pitidos de moto avisamos a las chicas que cerraban el bar.

La Sevi preguntó a su chico.
—¿Tienes sed?
—Una copa ahora sería un puntazo, la verdad –dijo–.

Tomó el móvil y le pidió al Cafetito que le trajera dos copas. Después, ella y su pareja pasaron a la parte delantera del vehículo. Había oscurecido y nada se veía desde fuera. Cuando llegó el improvisado camarero la Sevi follaba como una loca encima de la polla de su cumplidor amante. —¡Folla, fóllame! –le decía encendida, estirándole de los pelos con ambas manos —Folla fuerte—.

El Cafetito entró en la parte trasera con su segunda copa.

—¿Se puede? –dijo– y corrió la cortinilla que separaba ambas zonas.

■ ……


0 comentarios:

Publicar un comentario