11/10/10

16º - Primer paso

   Cerré de un portazo sin echar la llave y bajé las escaleras de dos en dos. Tenía prisa, aunque donde iba no me esperaba nadie. A lo largo de la noche pensé en el bocata de salchichas del país con pimientos del Conesa. Entre pecho y espalda que fue a parar. Carajillo de JB en el mesón del café, y p’arriba.

Cogí la moto y me dirigí a la zona alta de la ciudad, había un buen trozo y disfrutaría del viento del viaje, de la calle y de las tiendas, de la gente y del espléndido sol. La moto es estupenda cuando tienes ganas de conducir y el tiempo acompaña, además no te pierdes ni una tía buena, con el casco puedes mirar con descaro adonde quieras que te cubre las vergüenzas.

Me sentía vivo, feliz. Disfrutaba del agradable tacto del aire en mi cuerpo, del olor de la ciudad y hasta del ruido. A pie de calle todo me parecía perfecto. Los sombríos letreros eran los adecuados; la suciedad quedaba bien en los edificios; las obras de las calles se me antojaban justas; el coche de al lado cambia bruscamente por necesidad. Todo estaba bien. Los taxistas eran unos incomprendidos; los bancos debían de existir; la lotería alivia a más de un pobre; la autoridad de la policía la creía muy necesaria. Sin duda, el bienestar hace milagros.

La llaga en mi interior se había empezado a enfriar, el primer paso del tortuoso camino me acababa de reportar una sacudida de orgullo y amor propio muy placentera.



––¿La señorita Alba, por favor?

––¿Tiene usted cita, señor?  –preguntó de forma mecánica la secretaria–

––Me está esperando, soy Lachosse –la boleé con la certeza que me descubriría en cinco segundos, pero yo iba muy sobrao

––¿Lachó?  –repitió muy guasona, la piba, con un improvisado deje andaluz–

––La-shoss   –pronuncié la sílaba del medio con un exagerado acento francés que ponía en práctica cada vez que encontraba a alguien que se cachondeaba de mi nombre–.


Tomó el teléfono.
––Está aquí el Sr. Lachó –le anunció la muy cachonda, haciéndome notar que se confundía con toda la intención–

Alzó la vista y me miró con insolencia mientras escuchaba cómo Alba le diría que no tenía hora concertada ni nada parecido. Tras una breve charla y con una mueca de desaprobación, dijo:

––Lo recibirá igualmente –arqueando sus cejas y salvándome la vida–, última planta.


La editorial tiene su sede en una casa de estilo modernista en la avenida Tibidado, una de las zonas privilegiadas de la ciudad. La panorámica que se ofrece desde la parte más alta de esta montaña urbana es grandiosa. Cuántas veces he jugado a averiguar las calles y edificios de Barcelona desde el Mirablau, el mirador más envidiado de la ciudad, allí donde todos quisieran tener su casa.

Las oficinas –y la casa entera– tienen un estilo muy diferente en su interior. Se diría que la funcionalidad a la que obliga la práctica empresarial acabó por dentro con las filigranas del arquitecto de la época y solo ha sobrevivido la fachada en general y sus jardines. Da la impresión de haber entrado en una casa muy distinta de la que se aprecia desde fuera.


Iba con traje de chaqueta azul marino, camisa blanca abierta en el último botón, corbata gorda frambuesa con nudo desenfadado, labios a tono, los zapatos de color ocre.

––¡Vaya por dios!  –se fijó en mi mochila–. ¿No me digas que traes “algo”? –preguntó con ironía.

––Sí ¿quieres leerlo? por favor –me esforcé para que mis ojos expresaran sumisión y perdón.


Alargó su mano. Saqué a toda prisa la carpeta que contenía los folios impresos y se la entregué.

––Ya te llamaré –dijo con la frialdad de quien se sentía todavía irritada por mi falta de responsabilidad que le habría supuesto, seguramente, una reprimenda de alguien de más arriba.

Dio media vuelta y desapareció.


Al salir vi de nuevo a la secretaria del vestíbulo cómo presumía ante el guarda de seguridad mientras éste se apoyaba sobre el mostrador, todo chulesco él.

Se le iluminó el rostro, sin duda, por verme despachado con tanta rapidez.
––Buenos días, señor Lashó.

––Adioh shoshito.

El vigilante irguió su cuerpo y sacó pecho, en actitud defensiva por haber escuchado lo que para él era un insulto hacia la hembra y, por tanto, justificado de sobras para iniciar una posible reprensión.

Me detuve a examinarlo y deduje que no me aguantaría dos movimientos. Pero eso sería en otra ocasión «hoy me encuentro demasiado feliz». 

■ ……

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