■ Alba estaba en la terraza del Cactus. Sola, esperándome. Llegó antes que yo para ir preparándose la ristra de preguntas acerca de mi novela, seguro. Pobrecilla, si supiera que es una invención. Ella accedió de buena fe interesándose por mi supuesto relato para ayudarme en su publicación. Le dije que tenía un centenar de páginas acabadas, listas para leer. Y es mentira. Ahora debo dar la cara y salir de esto con toda la honestidad posible. Por ella. Debo agradecerle su generosidad y la atención prestada. A ella. No puedo defraudarla, me rompe el corazón. Necesito tiempo. Tiempo para escribir. Ahora sí que tengo ganas, lo que me falta es tiempo. ¿O tengo ganas de puro miedo? Juro que si salgo de esta empezaré a escribir de una puta vez. ¡Ahora sí! Maldita sea mi pereza. Cuántas horas, días, años, perdidos en mi vida. Tirados en un sofá, soñando con ser escritor. Un gran escritor sin tocar una tecla. Sí, señor. Un urdidor de escritos de otros, sin componer un párrafo. Me ha atraído ser el personaje de cualquier historia leída, de cualquier película vista. Ser el chico, ser el hombre, ser el héroe, hasta límites fantasiosos vergonzantes, escapándome de la realidad insoportable en la que vivía, en la que vivo. Sin dar palo al agua, con el menor esfuerzo posible. Esa ha sido mi verdadera ficción.
Nos sonreímos a lo lejos. Se me pasó por la cabeza que bien podríamos estar follando en la cama, pasado ya el trago de la jodida novela.
—Hola, Alba –dije con franco entusiasmo.
— ¿Qué tal, Lachosse? –sonriente ella, con un tono entre amistoso y profesional que aumentó mi nerviosismo.
—Bien. Muchas gracias por venir –dije–. Te estás tomando muchas molestias para nada.
— ¡Para nada, no! Ya verás que bien irá todo –afirmó, como si conociera de antemano el desenlace positivo de lo que venía.
— ¿Cómo va, Alba? –pregunté de nuevo, con el ánimo de que su respuesta nos llevara a un mundo que nada tuviera que ver con el tema.
—Cansada de leer todo el día. En mi vida he leído tanto –bufó con los labios, de agobio.
— ¿A qué te dedicas exactamente? –preferí que hablase ella.
—Hago de todo –respondió hundiendo los hombros. Era obvio que el trabajo la fatigaba.
—Leo manuscritos, hablo con los escritores, planifico ediciones, colaboro en la web, trabajo con administración y… cuando ya no puedo más, vuelo a leer –citó de carrerilla.
— ¡Vaya! –dije asombrado ante alguien tan trabajador.
––Bueno, ¿Y tú, Lachosse, cómo vas?
–– ¿Es nueva la editorial para la que trabajas? –lancé intentando ganar tiempo, a riesgo de parecer descortés. Aunque era inútil, tarde o temprano abordaría el asunto.
––Relativamente nueva. La edición digital sí es un departamento nuevo. ¡Y en auge! –dijo con el orgullo de contribuir a su éxito.
Decidí, en ese instante, saltar al ruedo con el firme propósito de esforzarme al máximo en escribir en cuanto tuviera tiempo, hoy mismo. Esta noche.
––Había pensado en tomarme unos días para poner orden en el resumen que te prometí –dije–. Quisiera quedar bien y convencer a la persona que ha de decidir si publicar o no.
––Que resulto ser yo –levantó su dedo índice con una amplia sonrisa, presumiendo de poder ejecutivo en la editorial.
––Puedo decidir su publicación –prosiguió– en base a un borrador. Siempre que haya un compromiso por tu parte de acabar un determinado número de páginas en los plazos acordados. Tu amigo, ¿Pedro? ¿Se llama, Pedro?
––Sí, Pedro –respondí–
––Me explicó la historia y me quedé sorprendida. Es magnífica. –le brillaron los ojos y recordé la exposición que le hice a Pedro sobre el relato. ¡Caray con Pedro, qué buen narrador!
–– ¿De verdad te gustó, Alba? –pregunté con el afán de recibir a cambio otro alago.
––Sí, mucho. ¿La idea original es tuya? –Hizo un leve gesto de desconfianza–, mira que si publicamos y luego nos sale el autor de verdad.
––No, no, no. Vamos a ver, escúchame –le dije parándola con las manos.
Me apresuré a defender mi honradez. Tengo clara mi ineptitud en encontrar la musa capaz de superar mi holgazanería. Lo reconozco abiertamente. Me atrevería –como así ha ocurrido– a robarle a cualquiera, sin violencia, lo que se ponga al alcance. Pero otra cosa muy distinta es copiarle la vida a otro para explicársela a los demás.
Porque era mi vida lo que relaté a Pedro. Mi vida confundida con alguna escena cinematográfica. Los excesos en las noches de mi vida que conté a Pedro. Aflicciones y adicciones en mi vida enredadas con la trama de alguna novela ya olvidada. Hasta el futuro predije para darle un buen final a mi vida.
––Verás, Alba, no tengo nada escrito.
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