■■ Tengo la cita con la editorial a las diez. La novela marcha bien; he adelantado hasta las sesenta páginas pero a la editorial no les diré que he avanzado tanto. Ellos saben que hice cuarenta páginas en seis días, y es cierto, que es lo que tienen en su poder, pero ahora necesito algunos días para concentrarme en la historia pues toda la movida del niñato me ha despistado mucho y tardaré en encontrar la sensibilidad necesaria para adentrarme de nuevo en la narración y corregir las últimas veinte.
Pero estoy contento ¡tengo algo! ¡tengo una ilusión en la vida! Me está dando una carga positiva que me hacía mucha falta porque estaba en las últimas. Me han venido como agua de mayo estas «Fuerzas para Escribir», han llegado en el momento preciso. No he necesitado que nadie del exterior se presentase en mi casa con una buena oferta de trabajo. No quiero dinero prestado de nadie para empezar nada. Las trabanquetas que me ponía el mundo entero ya no son excusa. No me he tenido que enamorar otra vez para ver el hermoso azul del cielo. No. Todo estaba dentro de mí. Y lo sigue estando. Sólo preciso sacarlo, mostrarlo, arreglarlo. Pero ahí está. El tesoro de mi vida está en mi interior. ¿Habrá dicha más grande? El futuro está en mi mente, dentro de mí. Sí, ya sé, ya sé, siempre está en manos de uno, vale. Lo sabemos todos. Mi amigo Pedrolo repite esto mismo sin cesar. Pero ahora no dependo de las jugarretas de un trepa de oficina que juega con mi vida y con la de mis compañeros. El muy hijoputa juega con mi futuro y con el de mis compañeros, y lo hace porque ha preferido escoger el camino de la especulación en lugar del camino de la honestidad. Sí, eso es lo que pasa. Por eso llegaba a la empresa y se me caían las paredes encima.
Todo el ánimo con que me despertaba, los cantos en la ducha, los silbidos a las chavalas por la calle, la charla de fútbol en la café del desayuno, toda la alegría de vivir se va a tomar por culo cuando entras en la puta empresa y las paredes se te caen encima. Eso es lo que pasa. El problema no es el trabajo en sí. No conozco a nadie ¡a nadie! que no sea capaz de realizar su trabajo por más agobiado que vaya. No es el trabajo, no señor. Son las putadas. La humillación constante. Es el jodido ambiente que se crea en las empresas (en la mayoría) por la cantidad de trepas de mierda que deciden hacer la vida insoportable a sus compañeros de trabajo a cambio de un plato de lentejas. Eso es.
Y uno se pregunta ¿y para qué? ¿dónde va a parar mi esfuerzo de hoy, y el de mañana? Encima, no aprendes nada. Sólo te enseñan a mentir. Te pasas el día mintiendo por y para la empresa. Y no te enseñan nada. Sólo más putadas. Al final tú te conviertes en un «puteador» como ellos. Si quieres ascender en cualquier puesto de cualquier empresa has de convertirte en un sicario mentiroso e hijoputa como ellos. Si no es así te comes una mierda como un piano de grande. Esta lección la tengo muy bien aprendida. Si eres un tipo que va a la suya, sin mentir ni perjudicar demasiado a los proveedores y colaboradores de la empresa: lo tienes claro. El verdadero «máster» consiste en aprender a estafar (sí, sí, estafar) a los clientes y que sigan pagando. Ese es el aprendizaje máximo al que aspiran los saltagrapadoras que pueblan las empresas de medio mundo.
Miro el dinero que pagan y apenas llega para el alquiler, comer y unos zapatos. Si quiero comprar un regalo a una chica estoy obligado (por narices) a hacer una movida de las mías. No me queda más remedio. No, no, no me queda más remedio. No son excusas lo que digo. Tengo que liarme con algo para sacarme un extra y poder disfrutar un poco –unas horas– con los amigos o un ligue. Y todo por no poder prosperar con la ingente cantidad de hijos de la gran puta que existen de nueve a dos y de cuatro a siete.
Si tu tiempo libre lo ocupas en alguna actividad artística que requiera cierta sensibilidad, y ésta va creciendo en ti con el tiempo hasta el punto de convertirse en un martilleo incesante, esa misma sensibilidad acaba distanciándote de tu trabajo. Así es. Porque no es compatible en la misma alma la jungla del mercado laboral con la actitud ante la vida de Meursault de El Extranjero. No cabe. Es imposible ser rudo hasta las diecinueve horas y susceptible al anochecer.
Si consigues meterte en la piel del emperador Adriano (de la mano de Marguerite Yourcenar) ¿cómo se hace para seguir amando la contabilidad a la mañana siguiente?
O sea, que «sufrimos» con Hamlet como si fuéramos él mismo, sentimos sus palabras como nuestras y, enseguida, cogemos el teléfono para decir que no llegará la mercancía a tiempo por un accidente del transporte, cuando resulta que aún no han salido los paquetes. ¿cómo se come eso? Una de las dos vidas sobra. Una estorba a la otra.
Ahora tengo mi novela. Si me diera para el alquiler y la comida, firmaba ahora mismo que no haría nada más ilegal en mi vida. Lo juro. O lo prometo. Mejor, lo prometo. No debo hacerme ilusiones porque igual es un desastre todo y me veo de viejo en los comedores sociales, pidiendo unas monedas por la calle para beber vino barato, y acudiendo a la beneficiencia por toda mi vejez, explicando a los jóvenes que encuentre en la barra de los bares que yo quería ser escritor, que yo empecé una novela hace tiempo y al final… nada, y más tarde la mala suerte.
O peor aún. Podría acabar en la cárcel.
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