27/10/10

24º - El dvd (I)

■■   Todos los domingos a medio día la familia Sugrañes solía comer en compañía de amigos y familiares; bien recibían en su propia casa, o eran ellos los que visitaban, o acudían a algún restaurante de la zona alta de la ciudad. Ese domingo visitaron a la familia Roca en su casita de la Bonanova. Los Roca eran viejos conocidos de los Sugrañes desde su llegada a Barcelona, allá por los años setenta.

El esmerado servicio se afanaba con los aperitivos en el salón mientras la Sra. Roca, en la cocina, dirigía a un pelotón de cocineros y ayudantes que ultimaban los preparativos del suculento festín en honor a sus más queridos amigos. Cuando todos tomaron asiento y el Sr. Roca se puso en pie y alzó su copa para brindar y dirigir unas palabras a los invitados, la ama de llaves interrumpió el acto para decir:

—Disculpe, señor. Un paquete urgente.
—¿Hoy domingo? –dijo intrigado el Sr. Roca, tomando el sobre kraft acolchado.
—¿Quién lo ha traído? –preguntó la señora Roca.
—Un motorista, señora. No dejó nota alguna ni albarán de entrega.
—El remitente es –leyó el Sr. Roca en voz alta– el Sr. Juan Sugrañes Badal.
—¡Juan Sugrañes Badal! –exclamó el Sr. Sugrañes– debe ser una broma. Como hace días que todos saben que veníamos aquí pues han preparado la broma. Seguro.

El sobre contenía un disco dvd y llevaba una fotografía impresa en una de las caras en la que se distinguía a un tipo trajeado de espaldas y agachado hacia delante con la cabeza casi pegada a una especie de mesa.

Al Sr. Sugrañes le subió la bilis del estómago a la boca y propuso ingenuamente:
—Mejor comamos y olvidémonos de la broma –con la intención de hacerse como fuere con el dvd y evitar su visionado por los presentes.
—Será un detalle cariñoso –siguió la Señora Roca– propongo que lo veamos antes de la comida.

Los hijos de los señores Roca estaban de acuerdo, así como sus parejas, los nietos y demás familiares y amigos que formaban una buena prole, casi una treintena en total. El más vivaracho de los niños volvió al momento con un reproductor de dvd portátil que situó sobre la mesa.

 El mismo niño insertó el disco en la bandeja saliente del lector y presionó la tecla Play. Sin mayor preámbulo, ni títulos, ni letras, apareció la primera imagen de la película grabada. Y con ella el primer chillido.

—¡Ah! ¡Dios mío! –gritaron primero las señoras.

La escena mostraba a un hombre negro que sodomizaba a un hombre blanco mientras le azotaba las nalgas:

—¡Toma polla! ¡Polla adentro! ordenaba una voz femenina.

—¡Quita eso, por Dios! –gritaba la Sra. Roca. ¿Quién ha podido enviar esta guarrada? ¡Quítalo!

Apareció el cuerpo de una mujer (con el rostro desdibujado) que tomaba al hombre blanco por el pelo de su nuca y le ondeaba la cabeza apretándola contra la vagina «¡Chupa, maricón, chúpame el coño!»

En esas, el hombre blanco giró su rostro hacia el negro «¡métela, métela negro!» le pedía, y fue en ese instante cuando los azorados espectadores de la repentina sala de proyección pudieron reconocer la cara del enloquecido animal que, a cuatro patas, pedía al dueño de aquel enorme bergantín negro que lo penetrase un poco más adentro.

—¡Aaaj! ¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo! –gritaba la Señora Sugrañes, escondiéndose de los invitados, yendo del salón a los pasillos, y vuelta al salón, para seguir mirando el demoníaco aparato que proyectaba horribles imágenes de su retoño en posición perruna y ofreciéndose a que le clavaran por la desembocadura con total garantía.

—¡Esto no puede ser! ¡No puede ser! –repetía el papá del perforado joven–. Las imágenes están manipuladas.

Podía ser y era. En efecto, era Juan Sugrañes Badal, el remitente del sobre, el hijo ausente de los señores Sugrañes, el mismo niñato malcriado que justificó su incomparecencia a la comida alegando una indisposición estomacal de última hora.

El anfitrión, Sr. Roca, perseguía al niño que se adueñó del reproductor del dvd y que mostrándolo en alto, corría por los pasillos de la casa mientras se escuchaba:

—¡Polla, culo, polla, culo!

Los niños de las familias iniciaron un juego consistente en marchar todos en fila india tras el niño que portaba el dvd (como si de una bandera se tratara) y repetir lo que los altavoces soltaban:

—¡Dale negro!
—¡Dale negro! –cantaban todos a una.

Los papaítos de los divertidos chiquillos comenzaron una persecución tras ellos que les llevó hasta el jardín. Las ventanas de la casa rebosaron de cabezas asomadas –cocineros, camareros, ayudantes, criadas, chóferes– que disfrutaban de la función teatral para mayores de edad servida por niñitos de siete años.

—¡Toma maricón! –se oía a lo lejos la voz del Cafetito.
—¡Toma maricón! –acompañaba el coro infantil.

Los empleados se apuntaron a la fiesta con aplausos acompasados a los angelitos que les procuraban un turno de trabajo como no habían tenido nunca, pues avergonzar a los invitados y a los dueños de la casa compensaba de sobras el miserable precio de las horas extraordinarias en jornada de domingo. El niño principal se subió a un arbolito del jardín y parecía implorar a los dioses ofreciéndoles el famoso artefacto.

—¡Traga! ¡Traga todo! –decía Tina, la italiana.
—¡Traga! ¡Traga todo! –el coro infantil.


—¡Callaos, niños! ¡Callaos! –ordenaban los padres a los incontrolados críos. —¡Dadme eso, dádmelo ya! –ante la expectación de los vecinos que se aglutinaron en sus respectivas terrazas sorprendidos por el acalorado numerito en el jardín de los Roca, conocidos en la barriada por su reservada e intachable conducta.

Los niños entregaron, por fin, el arma del crimen al Sr. Sugrañes padre, que lo tomó en mano sin saber muy bien qué hacer con ello, no sabía apagar la imagen ni tampoco bajar el volumen, y se adentró en el salón de la casa acompañado todavía por los berridos de su heredero, que como un cerdo en matanza, rogaba:

—¡Un poco más de coca en el culo, joder!

■ ……

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