1/10/10

7º - Como castigo: un yuyu

■   Andando a toda prisa hacia casa, mirando atrás. Avergonzado. No sea que me persiguiera algún testigo del escándalo que se recitó contra mí en la terraza del Cactus, en mitad del paseo del Borne. Mil quinientos espectadores a los que faltó un pelo para arrojarme monedas. Subí las escaleras como lo hacen los humillados, de poco a poco y con la cabeza gacha. Cerré la puerta tras de mí y apoyé la espalda.

¡Buah, cómo se ha puesto!  

–– ¿Sabes cuántas horas he dormido esta semana, tío?

Quería escribir ya, lo que fuere. Ponerme y no parar hasta doler los ojos. Encendí el ordenador, nervioso, dolido. Me daba igual cómo empezar, por dónde seguir. Escribir, escribir. Sin corregir. Dale, dale y no duermas.

–– ¿Para eso me vino a ver tu amigo Pedro con aquella historia?

Abrí el Word, preparar página, márgenes. Venga, el título. El título es importantísimo, sobretodo si no tienes nada más.

––¡¡El relato le gustó mucho a mi jefe!!  ¡¡Me dijo que te llamara, joder!! ¿Ahora qué?

El peso en el estómago sobrepasaba lo aconsejable. Debía calmarme e intentar organizar metódicamente el trabajo.

–– ¿Por qué no me lo has dicho antes?

La angustia me impedía pensar. Sentía un ligero mareo y ganas de vomitar, de los mismos nervios. Calma, tranquilo. Fui a la cocina, abrí la nevera en busca de agua fresca. Sentí un mareo más fuerte. Me senté en la silla.



–– ¿Luchi, qué te pasa?  –era la vecina, la señora Paqui. A través de las ventanas de las cocinas contiguas me había visto sentarme, atontado.
––Nada, estoy bien. Un poco sofocado del calor  –dije aturdido de verdad.
–– ¿Quieres algo, Luchi? Voy a bajar –tan amable como siempre era.
––No, gracias, señora Paqui, pasará enseguida. Vaya, usted.


La imagen de Alba mortificándome se fue diluyendo. Ya no la oía tan cerca, tan fuerte, tan disgustada. Una sensación de bienestar me invadía, gracias a dios. La sangre volvía a circular por mi cabeza a su ritmo habitual, por el recorrido acostumbrado. Era como un pequeño subidón, pero sano. Qué agradable no sentir palpitar el corazón más allá de lo prudente.

Sobre corazones, ritmos y subidones soy todo un experimentado. Hasta ahora, el final, siempre ha sido feliz: la sangre vuelve con su velocidad y a su sitio. No ha fallado jamás. Imperturbable, el líquido mágico se obstina, una y otra vez, en hacerme la vida más extensa. Sin guardarme ningún rencor por cuidar tan mal mi cuerpo. Sin vengarse de mí por envenenarla.

Bien sé que el cuadro sufrido es más fruto del castigo autoinfligido a mi sistema neurológico que por la importancia en sí del asunto con Alba. 


■ ……

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