■■ Los zumbidos del móvil le impidieron seguir durmiendo con la holgazanería deseada «Deben ser más de las tres» –se dijo–. Un rato antes apagó el teléfono tras las repetidas llamadas de su padre, primero, de sus tíos, después, y de sus primos, más tarde. «Todo el mundo llama hoy, hostias». No atendió a nadie, se daba por excusado a la comida familiar con la justificación de su maltrecho estómago. Al fin y al cabo qué pintaba él allí, con aquellos carcamales pasados de moda y de sus insoportables hijos presumiendo de casas en la playa y de lujosos viajes, y ellas con sus charlas sobre ropa para bebés y de los últimos arreglos en los pómulos de Cuca.
—¿Cuándo te vas a casar? –se mofaba ante el espejo de los parientes que le reprochaban su falta de tradición familiar.
No se sentía en la misma cuerda de los viejos ni de los jóvenes, Juan Sugrañes Badal era un hombre moderno, él hablaba de fórmula uno y de cómo tratar a las mujeres; sobre dirigir un club de fútbol o un equipo de gobierno en crisis. La verdadera valía de las personas se demuestra en cuestiones importantes. «Ahí están los seres superiores» Pensaba él. «¡Qué sabréis vosotros!» decía en voz alta en la ducha al tiempo que se enjabonaba con cuidado el recto. «Aún me duele esto» recordaba avergonzado. Tras dos días en cama para reponerse de la endiablada fiesta, la resaca persistía en recordarle (con cierto pudor) los excesos cometidos y que ahora le pasaban factura en forma de molestos pinchazos “ahí detrás”.
—Es porque soy un tío moderno. ¡Ya está! –se convencía–. «¡No tenéis ni puta idea!» cantaba con el teléfono de la ducha a un público imaginario compuesto por familiares y conocidos, despreciándolos como un rockero salvaje pasado de vueltas mientras dirigía el chorro de agua a sus partes más íntimas y hacía el signo de victoria con la lengua afuera. «Soy el súper mega» y flexionaba las rodillas con un ahhg! que él atribuía a su superioridad total en la especie.
La euforia le duró poco. Al acabar de vestirse reparó en la cartera. Le faltaba la cartera. «¡Hostia puta!, la zorra y el maricón del otro día me han quitado la cartera». Se apresuró a encender el teléfono para llamar y anular las tarjetas de crédito. En cuanto tuvo línea se precipitaron en el móvil las llamadas perdidas en forma de mensajes que identificó fácilmente con los números de familiares y amigos de la dichosa comida.
De pronto, alguien llamaba con el número oculto. Rechazó la llamada.
Contactó con su amigo Félix –su segundo– para que le dispusiera de dinero en efectivo para ese día. Mañana iría al banco para solicitar los duplicados de tarjetas correspondientes.
La llamada oculta insistía. Rechazó de nuevo. «Los amigos de papá, seguro. No he cogido las llamadas y ahora ocultan el número para intentar hablar conmigo».
Otra vez.
—¡Vvumb, vvumb!
—¿Sí? –respondió–.
Al principio no entendió bien de qué se trataba. Parecía una discusión entre varios: una mujer, luego un hombre, de nuevo la mujer. Un lío. No comprendía nada. Creyó que era una conversación interceptada por su aparato pero que nada tenía que ver con él. Hasta que identificó las voces. Y los alaridos. Entonces fue como una cuchillada en el estómago. Un metal frío que le abría las tripas mientras escuchaba hipnotizado unos sonidos que empezó a reconocer. La voz de ella. La voz del otro. Los gemidos propios. Las guarradas que «ella» le dirigía a él mismo. Sus órdenes, sus gritos, ahora le sonaban diferentes. No parecían dirigidas a él, pero lo eran.
Colgó, temeroso. «¿Cómo habrán averiguado mi número?» se preguntó.
Encontró una fotografía de calidad profesional en el portal de entrada a su edificio, tan explícita en su contenido que no dejó lugar a dudas a vecinos y paseantes que la pudieron contemplar durante las veinticuatro horas que estuvo expuesta.
Recibieron copias del dvd: la familia, los vecinos, la empresa, el bar que frecuentaba por las mañanas, el de por las noches, el concesionario de vehículos, sus tiendas habituales de ropa, el solárium, la relojería, La Caixa, el Banco de Santander, la mutua de seguro médico, y hasta la academia de inglés.
No apareció más por la empresa. Papá Sugrañes lo envió a Madrid a estudiar algo relacionado con recursos humanos.
1 comentarios:
Te voy a seguir, voy de a poco leyendo pero voy... Me gusta bastante el principio, vamos a ver qué onda. ¡Te felicito por eso!
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